Las elecciones de medio término en Estados Unidos no traen sorpresas. Los demócratas imponen su hegemonía en las grandes áreas pobladas y se adueñan de la cámara de representantes (diputados), mientras los republicanos hacen valer su dominio territorial consolidando un categórico control del senado. Un resultado que mantiene el equilibrio, pero también augura mayores conflictos internos en un país que se va hundiendo en sus propias grietas. En esta lectura, nuestro balance de las elecciones legislativas en Estados Unidos.
Estas elecciones no pudieron darse en un momento más feliz para los norteamericanos, el sol brilla para ellos, que hoy disfrutan de un auge económico sin precedentes, con récords de PBI y las tasas de desempleo más bajas de las que se tenga memoria. Sin embargo, ninguna tarde soleada dura para siempre, y se prevé que el país caiga en recesión dentro de algunos meses. Además, hay algo artificial en la bonanza actual: se trata de los estímulos, de esas herramientas keynesianas prescriptas para levantar la actividad en las economías deprimidas, que desde 2008 se han usado discrecionalmente para generar una actividad superlativa. El déficit fiscal se hizo endémico, la razón deuda PBI se ubica en 105% (cifra que no se alcanzaba desde la Segunda Guerra Mundial), un combo explosivo de asistencialismo creciente con menores impuestos y las tazas de interés de la FED que se mantuvieron por debajo de la inflación, induciendo un boom de consumo en las familias norteamericanas, más endeudadas hoy que en 2007, cuando las facilidades crediticias hicieron estallar el mercado inmobiliario.
Mientras todos los estímulos para capear una recesión se mantienen activos, algunos comenzaron a preguntarse qué herramientas quedaban si se diera una crisis económica. En ese contexto, la llegada de Jerome Powell a la FED con sus planes de subir las tazas de interés, disrumpieron en la economía como una amenaza para todas las burbujas. Como siempre, y aunque las tasas aún se encuentran en terreno negativo respecto a la inflación real, el efecto se sintió primero en los mercados de acciones, que experimentan hoy una condición técnica perturbadora luego de romper en octubre un ciclo alcista de larga data. Más adelante, el efecto debería trasladarse a la economía real, comenzando por las empresas zombies (zombie firms), nombre que se usa para referirse a muchísimas empresas que solo ganan lo suficiente para pagar sus deudas corporativas. Se considera que el 16% de la economía norteamericana está en esas condiciones, incluyendo toda la industria del petroleo de esquisto. Por estos (y otros) motivos, cada vez son más los analistas que advierten sobre el inminente comienzo de una recesión.
El auge actual de la economía norteamericana solo fue posible gracias a su estatus privilegiado de super potencia. A pesar de haber dejado el patrón oro, el dolar no es una divisa propiamente fiduciaria, sino una moneda respaldada con misiles, y eso llevó a los norteamericanos a soñar que siempre podrían solucionar sus problemas imprimiendo billetes e invadiendo a cualquiera que no los acepte. Esto era así, pero en el abuso fueron perdiendo el privilegio, y hoy el mundo, unipolar en cuanto a la moneda, ya no lo es en lo económico ni en lo militar, y en tales circunstancias la mayor emisión tiene consecuencias, como el acopio de oro por parte de muchos países, y la búsqueda de formas de intercambio alternativas al swift. Todo esto está pasando, y a las tropas del Tío Sam cada día les cuesta más mantener el dolar a punta de balloneta. A pesar de las misiones activas en Afganistan, Irak, Siria, Yemen, Somalía, Libia y Nigeria, sumadas a tensiones con Venezuela, Corea del Norte, Rusia, China e Irán (la lista es enunciativa), son distintas expresiones del esfuerzo titánico, pero cada vez más impotente, que Estados Unidos hace por imponer su juego en el tablero global. Sanciones comerciales para todo el mundo, misiles nucleares de mediano alcance, y “que sea lo que Dios quiera” constituyen brabuconadas desesperadas e insostenibles en el tiempo.
Durante la edición de esta nota, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, crítico de la carrera armamentística iniciada por Trump y acuciado por la creciente popularidad de Marine Le Pen, instó a la creación de un ejército paneuropeo para defender la UE, tanto de Rusia como de Estados Unidos.
La prosperidad económica norteamericana es muy clara en los papeles, pero en la vida social se desdibuja en diversas expresiones de descontento social que generan una grieta abismal. Es que el pleno empleo no compensa la desigualdad, y en ciudades como Los Ángeles podemos ver muchos obreros yendo de la carpa al trabajo y del trabajo a la carpa, porque la misma burbuja económica que les da trabajo es la que les impide acceder al precio de una vivienda. Esto genera una situación de crisis social que demócratas y republicanos resuelven con diferentes cosmovisiones, de izquierda y de derecha.
La izquierda estadounidense expresa la utopía igualitarista y multicultural, donde todo individuo sea respetado en su identidad, en su sexualidad, en su cultura, y que pueda desarrollarse en espacios seguros en los que todos sus derechos estén garantizados. La tolerancia y la igualdad real (o de resultados) son los mayores valores, y se representan en movimientos colectivistas representativos de minorías oprimidas.
Sus detractores se refieren a esa izquierda posmoderna como “marxismo cultural”, aunque tenga de Karl Marx lo que Antonia Macri de Emilio Pérsico. Es una izquierda desvinculada del materialismo (o sea, no marxista) y de los grandes relatos. Se trata de micro-marxistas en guerra contra las pequeñas opresiones, de tal modo que pueden tomar por asalto una universidad en defensa de un alumno musulmán que sufrió el trato descortés de un profesor, pero son indolentes frente al teatro bélico que su país afronta para controlar el petroleo de medio oriente. Sometidos a las nimiedades, su némesis ya no es la oligarquía capitalista, sino el hombre-blanco-heterosexual, centro de todos los microprivilegios.
En la praxis política, la izquierda norteamericana impulsa la distribución del ingreso, y exige que el estado tome medidas activas contra toda forma de opresión y privilegio, ¿de que modo?, privilegiando a cada oprimido con actos de discriminación postiva. Aunque parezca baladí, el progresismo norteamericano encarna un proyecto político muy peligroso. El tamaño de un aparato estatal es inversamente proporcional al de los temas que lo ocupan, de forma tal que un estado muy pequeño puede lidiar bien con los problemas grandes, pero solo un estado enorme puede inmiscuirse en las pequeñas cuestiones de la vida social, por lo tanto, solo un gobierno totalizador, omnipresente y absoluto, es capaz de intervenir sobre las micro conductas de los ciudadanos.
La derecha estadounidense expresa la utopía libertaria del hombre viril que carga con la responsabilidad de su destino, que toma libremente sus decisiones con todas sus consecuencias, sin interferir en la vida de nadie, sin que nadie intefiera en la suya. Nostálgicos de la patria de los padres fundadores, amantes de las enmiendas, viven en guerra contra el status quo de un estado tiránico, siempre dispuesto a atentar contra las cosas más valiosas de cada vida que son su libertad de expresión, su propiedad y, por supuesto, sus armas.
Sus detractores los acusan de racistas (white supremacists), cosa que no son. Bueno, al menos no tanto como antes, y seguro que ya no tanto con los negros, que se ganaron su lugar ayudando a construir la Gran Nación, sino con los latinos, los musulmanes y otras minorías recién llegadas que para ellos parasitan una prosperidad que no construyeron. Pero si creen en las jerarquías, y así como hay un pueblo enseñoreados, aceptan que otros pueblos sea sometidos, no tanto a la servidumbre, sino a la sana tutela de su libertad. Sus detractores también los acusan de fascistas, cosa que tampoco son. Aman la libertad, tiene fé en el hombre, en las jerarquías naturales y en el destino manifiesto de América. Odian el gobierno, preferirían que no existiera. Salvo, claro, cuando el gobierno encarna el indómito espíritu americano, cosa que sucede, casi exclusivamente, en la guerra.
Las posturas de ambos extremos de la identidad política norteamericana no solo son irreconciliables, sino que vienen generando facciones cada vez más propensas a los enfrentamientos abiertos y las peleas callejeras. En ese antagonismo, que separa las grandes ciudades (globalistas, progresistas, izquierdistas, demócratas) y la américa profunda (localistas, conservadores, derechistas, republicanos), la sociedad estadounidense se arrastra hacia una espiral de conflicto que podría tornarse caótica si la economía cayera en recesión.
En ese contexto, el resultado de las elecciones es inexpresivo. Estados Unidos necesita definir su futuro, necesita ese demócrata que gane en todos los estados, o ese republicano que gane la mayoría de los votos (cosa que Trump no logró), para poder definir con claridad el rumbo del país. Mientras tanto, hay entre ambos partidos dos puntos en común que merecen ser destacados. El primero es el malestar económico en medio de la aparente prosperidad, sea por culpa de los inmigrantes, sea porque falta “justicia social”, el ciudadano norteamericano parece estar debatiéndose entre la inseguridad creciente y los números que no le cierran. El segundo es que, pase lo que pase en el interior del país, el desarrollo de nuevos misiles nucleares de mediano alcance y el despliegue militar a lo largo del globo seguirán siendo la columna vertebral de la geopolítica norteamericana.
Muy clarificador!