Mientras las marchas del 6-7-8 agitaban el país, Mauricio Macri se reunió con Sebastián Piñera, señalado por The Economist como un referente para los desafíos que deberá atravesar al presidente argentino. Hoy desde El Disenso te contamos algunos puntos en común de estas dos almas gemelas y también su principal diferencia.
Sebastián Piñera solo contaba con USD 50.000 cuando regresó a Chile en 1976. Por razones de fuerza mayor había dejado su país en 1973, el mismo año en que Pinochet bautizaba su régimen con la sangre de Salvador Allende y los Chicago Boys aterrizaban en Santiago para implementar, por vía de shock, sus recetas neoliberales. Pero Piñera no había dejado su patria en busca de asilo ni huyendo de las carabinas del dictador, sino para obtener su título de economía en Harvard. Con sus esmerados ahorros, Sebastián, como cualquier emprendedor que cuenta con 50 mil dólares para alguna pequeña inversión, se abrió una empresita constructora que al rato valía algunos millones. El resto, como suele decirse, vino solo, y con mucha fluidez pasó al negocio bancario, a las aerolíneas, a las cadenas de farmacia, al fútbol los mega negocios inmobiliarios y a alta política chilena.
En 2009, al ganar las elecciones presidenciales, Piñera era uno de los hombres más ricos de Chile y contaba con un patrimonio de mil millones de dólares. Su larga carrera política y su exitosa vida empresarial le granjearon la confianza mayoritaria de una sociedad convencida de que un hombre rico no necesita rebajarse a la corrupción. Ni bien asumió, el amigo y referente de Mauricio Macri anunció que formaría un fideicomiso ciego para evitar cualquier conflicto de intereses que pudiera suscitarse. Cuatro años después, al dejar la Casa de la Moneda, su fortuna visible alcanzaba los USD 2.500.000.000. Este modelo de austeridad y sacrificio por el servicio público fue repetido por Mauricio Macri, que luego de unos meses de gobierno abrió su propio fideicomiso ciego. Esta forma de resolver los conflictos de intereses fue defendida ayer por el propio Piñera: “los presidentes deben desligarse de sus intereses y poner su capacidad al servicio de sus compatriotas”.
Los dos CEO-mandatarios tienen muchas pequeñas pasiones en común. Sin ir más lejos, ambos aman el negocio de las empresas aerocomerciales como Lan, Latam, Macair/Avian y ambos fueron capaces de abandonar el cuidado de su fortuna para servir al pueblo de sus respectivos países. Bueno, no de toda su fortuna, el entramado de offshores de Piñera y Macri es actualmente investigado tanto en Chile como en Argentina, habiéndose descubierto decenas de empresas y fondos destinadas a la triangulación de dinero entre diferentes países y la compra de activos de empresas internacionales. Y así como muchas cosas los unen, hay algunas que los separan de manera irreconciliable, porque Mauricio, quien no oculta su admiración por el chileno, fue presidente de Boca y Sebastián es dueño de Colo Colo.
Sin embargo las coincidencias son preponderantes, basta decir que en Estados Unidos a la empresa LAN (entonces dirigida por Piñera) se le impuso una multa de 20 millones de dólares tras descubrirse un pago de coimas realizado a Manuel Vazquez, presunto testaferro de Ricardo Jaime, ex Secretario de Transporte y actual convicto que también impulsó la obra del Soterramiento del Sarmiento por la que la UTE conformada por IECSA-Odebrecht pagó, precisamente, la suma de 20 millones de dólares.
El sindicalismo que se viene
El mandato presidencial de Piñera se encuadra en la tradición neoliberal inaugurada por Augusto Pinochet que consistió en una abrupta apertura de mercado acompañada por la destrucción por fragmentación y despolitización del sistema sindical, y un sistema de flexibilización laboral que trajo aparejada una tasa de sindicalización inferior al 14%, mientras que en Argentina 37 de cada 100 personas económicamente activas tiene afiliación sindical.
El proceso de desindicalización en un país pionero en la legislación sobre derechos colectivos fue aceptado por la fuerza persuasiva de los carabineros y perfeccionado desde el Plan Laboral, conformado por una serie de decretos publicados a partir de 1979 y el Código Laboral promulgado en 1987. En su esquema sindical, Pinochet restringía las medidas de fuerza al interior de cada fábrica, impidiendo de este modo que pudieran ser objeto de atención política. Leyendo el Código Laboral del 87 encontramos tantos y tan pormenorizados requisistos formales que por momentos, más que una reglamentación del derecho a huelga, parece un reglamento de procedimientos legislativos para modificar la carta magna.
Si los huelguistas no llegan al 51% de los empleados, la huelga es nula, en cambio, si alcanzan esa cifra, el patrón tiene derecho a realizar un lock out y cerrar la fábrica para todos.
La frutilla coercitiva de la norma vigente desde 1987 es la renuncia implícita que todo huelguista hace de su salario por el solo hecho de acatar el paro, y la prohibición, bajo pena de nulidad, de que en las mesas de dialogo se mencione siquiera la recomposición del salario perdido durante los días de lucha. Y si el patrón hace lock out, la pérdida del derecho a remuneración se hace extensiva también a los trabajadores que no adhirieron. No obstante, los convenios alcanzados entre patrones y empleados no eran firmes, estaban sometidos a posteriores revisiones por parte de la empresa.
La “reglamentación” chilena, implementada inicialmente en un marco de gran represión, restringió el ejercicio de los derechos colectivos hasta prácticamente suprimirlos. Como consecuencia, la actividad sindical se despolitizó y el movimiento obrero dejó de ser un actor político autónomo y determinante de los procesos históricos. En ese contexto la aplicación de recetas neoliberales de flexibilización laboral no tuvo resistencias y se pudieron establecer con éxito las condiciones estructurales para crecer a tasas chinas. A difernecia de Macri, Sebastián Piñera logró implementar su plan de gobierno con gran eficiencia; sin embargo, a pesar del crecimiento del país, que le permitió al propio presidente enriquecerse en mil quinientos millones de dólares, la prosperidad nunca llegó a la mesa de los trabajadores. Aunque el aparente éxito del modelo chileno esconde el eterno fracaso de las promesas de derrame, merece ser seguido con atención, no es ingenuo que The Economist haya elegido a Piñera como figura estelar de la cumbre Argentina Summit: Chile es el modelo inmediato de la argentina de Cambiemos.
Si bien los dos CEO-mandatarios son magnates neoliberales, entre ellos existe una gran diferencia: mientras Piñera, que posee un amplio conocimiento de la economía global, construyó su imperio a partir de un patrimonio de 50 mil dolares, Macri en cambio, heredó la fortuna de su papá, a quien responsabilizó por las decisiones tomadas respecto a las empresas del grupo y las offshores familiares, lo que nos recuerda una frase del propio Franco Macri: “Un país es una empresa. Si no sabés conducir una empresa, no sabés conducir un país”.